“Necesitamos una herrigintza con ambición de construir poder y estructuras de estado”

1. En su libro La izquierda abertzale acertó, Raul Zelik dice que en Euskal Herria no valoramos lo suficiente todo lo que hemos hecho en herrigintza.

Esa es una de las principales ideas que llevamos al Taller de Herrigintza de Durango. Esa mirada de Raul Zelik nos ayuda a tomar una perspectiva que puede resultar difícil para quienes estamos en la vorágine de la dinámica diaria. Raul no es la única persona que desde fuera de Euskal Herria pone en valor el trabajo de herrigintza que se ha hecho aquí en los últimos 60 años. Este pueblo ha sido capaz de dar respuestas desde herrigintza a las necesidades sociales centrales. Sin apenas recursos institucionales hemos creado ikastolas, medios de comunicación, cooperativas, euskaltegis, editoriales, etc. Por poner un ejemplo, el proceso de revitalización que ha hecho el euskara es un modelo para otras comunidades de hablantes minorizadas. Y todo eso se ha hecho tomando como base un sistema de valores: solidaridad, colaboración, cohesión social, compromiso con la comunidad, etc. Pensamos que no tenemos suficiente conciencia de todo lo que se ha hecho, ni tampoco de la aportación que la izquierda abertzale ha hecho a todo ese trabajo de herrigintza. Esto no es un ejercicio de autocomplacencia, de ninguna manera.

Y eso es un grave problema en dos sentidos. Por una parte, en este cambio de ciclo la izquierda abertzale puede tener una crisis de identidad. ¿Qué es la izquierda abertzale? ¿Qué hemos hecho? ¿Qué hemos conseguido? Diríamos que la izquierda abertzale ha sido principalmente una comunidad que ha tenido un fuerte sentido o instinto de herrigintza, que ha hecho una enorme aportación cualitativa en procesos de transformación social que han sido pioneros en Europa. Nos es indispensable tomar conciencia de ello, porque nos da una fuerte personalidad. No debería causarnos vanidad, pero sí orgullo.

Por otra parte, estamos en el comienzo de un nuevo ciclo, y en tiempos de transición como este es importante tener perspectiva histórica. En lo relativo a herrigintza tenemos un enorme patrimonio popular histórico. ¡Busquémoslo! Sería un gran error pensar desde cero los procesos de herrigintza de hoy y del futuro. La memoria nos es indispensable, a la hora de pensar el futuro tenemos que mirar atrás, ya que, seguramente, en eso que se ha hecho están los principales ingredientes de un nuevo ciclo de herrigintza.


2. Desde su óptica izquierdista-libertaria alemana, Zelik dice que en Euskal Herria el movimiento de liberación ha sido capaz de crear una contrahegemonía gramsciana gracias al ecosistema que se ha organizado en torno al mismo. Afirma que la clave ha estado en la capacidad de autoorganización y en situar fuera de las instituciones el centro de gravedad de la estrategia. ¿Qué decís al respecto?

La tesis de Raul es que la principal virtud de la izquierda abertzale ha sido precisamente esa capacidad de autoorganización –que no sabe valorar en su justa medida–, y no tanto las ansias de lucha que ha mostrado en la defensa de la “identidad” vasca. No estamos plenamente de acuerdo con eso, o, por lo menos, no con la manera en que lo plantea. En este pueblo, la confrontación con los Estados ha sido una de las grandes claves que han hecho posible liberar las energías de herrigintza. En gran medida, la apuesta por la ruptura democrática es lo que ha posibilitado liberar las capacidades para hacer herrigintza. La confrontación ha tenido diferentes variables: la militar nos es conocida, pero, simultáneamente, aquí ha habido una fuerte iniciativa para hacer frente a los intentos de asimilación por parte de los Estados, una iniciativa que se ha desarrollado desde herrigintza, ya sea desde el ámbito educativo, desde la lucha por el euskara o desde otras muchas peleas. Lo que queremos decir es que ese fructífero tiempo de herrigintza que tanto admira Raul ha venido precisamente del impulso por mantener la identidad de este pueblo frente a los intentos de asimilación por parte de España y Francia.

La cuestión nacional y la cuestión social son indisociables. Eso es lo que ha teorizado la izquierda abertzale, esa es su hipótesis estratégica. Y, en nuestra opinión, tiene plena actualidad de cara al futuro, en el próximo ciclo movilizador. Por lo tanto, no estamos de acuerdo con esa lectura que hace Raul Zelik. La cuestión no es que hay poner más atención en una cuestión o en la otra. El “invento” de la izquierda abertzale ha sido precisamente acertar en la unión de ambas. Ha hecho frente a los intentos de asimilación de Euskal Herria con sentido de pueblo, haciendo una importante aportación a un profundo proceso de herrigintza basado en la autoorganización.


3. Se ha dicho que la izquierda abertzale ha sido una especie de movimiento leninista-libertario…

La izquierda abertzale ha tenido esa intuición o instinto para la autoorganización. Decimos izquierda abertzale entendiéndola como una amplia comunidad sociopolítica –no en términos orgánicos–, que ha sido una de las dos grandes tradiciones políticas que han traccionado este pueblo en los últimos 60 años. Los proyectos que se han planteado con ese instinto han sido intentos para hacer frente a las necesidades sociales centrales. Esa herrigintza no ha sido algo testimonial. Los ejemplos de ello son numerosos: la experiencia de las ikastolas, medios de comunicación, euskaltegis para la alfabetización y euskaldunización de personas adultas, esfuerzo por crear la industria que la cultura vasca necesita y muchos otros proyectos. Ante la incapacidad y/o, en su caso, despreocupación de las instituciones autonómicas, aquí ha habido una generación que ha tomado sobre sus espaldas el futuro de Euskal Herria. Es importante tener esa perspectiva. Tenemos que plantear herrigintza en el centro del proceso político. Mediante la autoorganización y la movilización tenemos que ser capaces de alimentar los procesos que son centrales en la construcción de Euskal Herria, y no solamente para desarrollar una dinámica complementaria.

Con motivo del taller de herrigintza, Iñaki Soto escribió que la aportación de la izquierda abertzale ha sido el “leninismo libertario”. Puede ser una definición adecuada. La izquierda abertzale lo ha hecho principalmente tomando como base la autoorganización, con poca teorización, con sentido de país, desde la práctica y desde la conexión con el pueblo. Sobre esa base ha ido haciendo y pensando, pero siempre con el objetivo de responder a las necesidades centrales de la sociedad vasca y construir Euskal Herria. En eso reside su carácter leninista: desde el principio, la izquierda abertzale ha tenido la vocación y la ambición de alcanzar el poder. Sí, la izquierda abertzale ha sido una especie de “leninismo libertario”, ha unido ambos aspectos.


4. Si nos fijamos en las principales familias abertzales, ha habido dos modelos de herrigintza. Uno institucional, en la tradición del PNV, y otro fuera del marco institucional, ligado a la tradición de la izquierda abertzale. ¿Se podría afirmar eso? ¿Cuál ha sido la aportación de cada uno de esos modelos?

En los últimos 60 años ha habido dos grandes tradiciones políticas que han traccionado Euskal Herria y la sociedad vasca: el PNV y la izquierda abertzale. La trayectoria del abertzalismo representado por el PNV, que nació a comienzos del siglo XX, se interrumpió con el levantamiento fascista y la posterior dictadura de Franco. La gente del entorno del lehendakari Agirre murió hastiada porque tras la guerra no acertó a ofrecer a Euskal Herria una vía para avanzar. Retomaron el camino con la reforma del 78, aceptando el sistema autonómico con la esperanza de que permitiría profundizar en el autogobierno. Ahí hay una tradición abertzale –aquí estamos hablando de Hegoalde– que ha intentado construir país, creyendo que el sistema constitucional del 78 abría posibilidades para ello, que articulando una voluntad popular soberanista en los diferentes ámbitos territoriales y pactando con España sería posible profundizar en el autogobierno.

Por otra parte, ha habido otra tradición política que le dio una respuesta a ese corte de la postguerra. Le dio otra formulación al abertzalismo, desde la izquierda. Diríamos que, en el fondo, la izquierda abertzale ha sido un movimiento sociopolítico que ha hecho una opción radical por la democracia vasca. Para ello ha utilizado diferentes soportes ideológicos en cada época. Ha bebido de las ideologías de izquierda modernas –que fueron las dominantes en aquella época–, pero manteniendo siempre una fértil heterodoxia. Ha tomado y combinado diferentes fuentes, priorizando la visión de país, con todas las adecuaciones que requerían para afrontar los retos que detectaba en Euskal Herria.

La izquierda abertzale apostó por la ruptura democrática tanto en el franquismo como durante la posterior reforma del 78. Por lo tanto, su aportación se ha situado en gran medida fuera del sistema institucional. El centro de gravedad de su iniciativa política ha estado fuera del sistema institucional, ya que no le ha otorgado legitimidad a ese sistema derivado de la reforma, al denominado régimen del 78. Por lo tanto, su aportación la ha hecho fundamentalmente desde herrigintza.

Esas han sido las dos tradiciones políticas que han traccionado Euskal Herria en la era moderna del conflicto político. Dos paradigmas antagónicos a muchos niveles pero que en esencia y desde una perspectiva de país –y ahora, una vez finalizado el ciclo, podríamos estar en condiciones de hacer este análisis con una mirada retrospectiva más pausada– han sido en cierta medida complementarios. Arzalluz lo expresó mediante una metáfora: algunos sacuden el árbol y otros recogemos las nueces. Paradójicamente, la elección que la izquierda abertzale hizo en su día ha servido para conseguir este sistema de autogobierno que tenemos –si en el franquismo no hubiera habido resistencia no tendríamos concierto económico, ni televisión pública, ni tantas otras cosas–, y también ha servido para proteger el sistema de autogobierno frente a las tendencias recentralizadoras. Por lo tanto, ahí hay una relación entre los dos paradigmas, antagónica en algunos planos pero también complementaria en un sentido.

 

5. En 2010 la izquierda abertzale dio por agotada su estrategia. ¿La del PNV también está agotada?

Sí. La izquierda abertzale empezó a repensar su paradigma con Zutik Euskal Herria, mediante un ejercicio que, seguramente, todavía no ha finalizado. Estamos esforzándonos por actualizar esa apuesta radical por la democracia vasca, adecuándola a las condiciones sociales de hoy en día, al contexto político presente y a la realidad actual de la izquierda.

Los sectores abertzales del PNV todavía no han hecho ese ejercicio. No han querido explicitar que su paradigma se ha agotado. De ahora en adelante no será posible profundizar en el autogobierno desde dentro del sistema constitucional. La inercia centralizadora que arranca con la LOAPA ha sido un ataque contra el núcleo mismo del sistema autonómico, y el 155 ha llevado ese ataque hasta el último extremo. Dentro del sistema constitucional no será posible conseguir un nivel de autogobierno mayor que el que da el Estatuto de Gernika. Por lo tanto, en nuestra opinión, los sectores abertzales del PNV le deben a este pueblo una lectura sincera.

En este momento, en el PNV cohabitan dos posturas: por un lado están quienes quieren liquidar el proyecto abertzale, cuya única aspiración sería mantener una interlocución privilegiada con el Estado. Están lejos del liderazgo político que necesita este pueblo. Adoptan si ninguna visión de país las políticas que vienen de España y viven de las rentas de los procesos transformadores de estos últimos 40 años. “Esto es lo que hay y tenemos que conformarnos”, dirían. Narcotizan a la sociedad vasca jugando con los miedos de la gente. Esa es la tendencia dominante dentro del partido. Y también hay otra gente que es abertzale y está preocupada porque sabe que esa opción es catastrófica en términos estratégicos, que por ese camino este pueblo va al agujero.

El momento es similar para las dos tradiciones abertzales: en este siglo XXI tan complejo, en este nuevo ciclo del conflicto político, tenemos que repensar las estrategias de país. Es necesario empezar a hacer un relato y un diagnóstico comunes, además de los propios de cada fuerza política. Por ejemplo, es interesante la narrativa que está haciendo Eusko Ikaskuntza con motivo del Congreso de su centenario: este pueblo se enfrenta a nuevos retos, y se necesita un nuevo impulso para afrontarlos, con intentos de institucionalización similares a la que se dio a comienzos del siglo XX, por ejemplo. Hay tenemos todo un camino por hacer.


6. Decís que en los últimos años se ha hecho mucha deserrigintza. ¿Por qué afirmáis que en herrigintza se detectan claros síntomas de agotamiento? ¿Cuáles son esos síntomas? ¿Ese diagnóstico se comparte en otros sectores?

Las bases materiales de este pueblo son débiles en diferentes ámbitos. Si nos fijamos en la actividad cultural o kulturgintza, por ejemplo, estamos en la época de la globalización cultural, sin Estado. No hay garantizado un ecosistema para la transmisión de la cultura vasca. Un simple dato: el 70% de los libros de texto que se utilizan en la escuela pública se producen en Madrid, sin la más mínima visión de Euskal Herria. Por otro lado, estamos viendo los topes del proceso de euskaldunización que se ha venido desarrollando hasta ahora, no estando garantizado el futuro del euskara. El sistema comunicativo es otro ejemplo: el de ETB es un modelo agotado, por ejemplo. En la época de la digitalización, crear un sistema comunicativo vasco es un enorme reto. También habría que hablar de la universidad, de las nefastas consecuencias que se derivan de la imposibilidad de desarrollar un sistema universitario autónomo.

Siguiendo con los ejemplos, los retos de una industria que debe ser el pilar de un modelo de desarrollo propio son muy grandes de cara al futuro. Si no hay un liderazgo público importante, si no hay una visión autocentrada y si nos comparamos constantemente con España, tendremos un tejido productivo cada vez más parecido al español y perderemos la huella de las regiones socialmente más avanzadas de Europa. Y habría que hablar más sobre las consecuencias de no tener un marco propio de relaciones laborales: en lo relativo a Hegoalde, nuestro modelo de relaciones laborales es español, cuando la estructura productiva es muy diferente.

Se pueden poner muchos ejemplos: la dualización social, el reto demográfico, el socioecológico, la precarización de los trabajos de cuidados, el fracaso del sistema educativo, la segregación por origen y clase en nuestros pueblos y barrios, etc. El propio sistema institucional es muy vulnerable hoy en día, el poder real que tenemos es muy limitado. Tanto es así que sabemos que Sánchez Galán le ordenó al PNV que rebajara el impuesto de sociedades. Y eso, seguramente, fue un encargo del gobierno del PP para hacer ver al PNV quién manda aquí y dejar claro cuáles pueden ser las consecuencias de acercarse a posiciones soberanistas. ¡Un escándalo en toda regla!

Hace unos ocho años, Jon Sarasua dijo que la cuestión no es si vemos la botella medio llena o medio vacía, sino que la botella tiene un agujero y está perdiendo agua. Hablaba sobre el euskara, pero pensamos que esa metáfora es válida para todos los ámbitos relacionados con el desarrollo de este pueblo. En el mejor de los casos estamos gestionando las inercias de los procesos de transformación que se han activado en el ciclo de herrigintza de los últimos 60 años, y muchos de esos procesos se han agotado. Vivimos de las rentas, y en este globalizado siglo XXI a nuestro pueblo se le presentan nuevos retos, más complejos que nunca.

Así las cosas, aquí se necesita un nuevo impulso popular, y para ello es preciso activar todos los instrumentos de que disponemos: de herrigintza, institucionales, políticos, culturales, etc. En una dirección y con una narrativa compartida. Nos parece reseñable el paso que se ha dado con los cursos de verano de la UPV/EHU que han analizado los costes de la dependencia. Por primera vez, en el espacio académico formal se han analizado los perjuicios que la subordinación a los Estados causa al desarrollo de Euskal Herria, abriendo una vía para nuevas investigaciones.

Nos parece que este análisis es muy compartido en sectores cualificados, pero que falta traerlo al centro del discurso político y dar un enfoque holístico tanto al diagnóstico como a los retos de futuro. El PNV ha intentado impedirlo, porque no le ha interesado. Ha preferido hacer el relato del oasis vasco y situarse en la centralidad, priorizando sus intereses partidistas.


7. ¿Cuál es la aportación de herrigintza en el proceso soberanista?

Para que este pueblo avance en soberanía y organización será indispensable un amplio y potente ejercicio de activación popular, movilización y autoorganización. Esa es, seguramente, una premisa que no cambiará en el futuro. En el ciclo anterior, las energías de herrigintza se activaron en una situación sin instituciones propias, algunos retos sociales se abordaron desde la autoorganización, respondiendo a las necesidades generadas por la falta de organismos públicos propios. Hay quien argumenta que ahora la situación es muy otra, que desde aquel entonces se ha llevado a cabo todo un proceso de institucionalización y que hoy en día el protagonismo recae casi totalmente en las instituciones. Ese sería un planteamiento meramente institucionalista, totalmente erróneo. La situación ha cambiado, sí. Evidentemente, en herrigintza tenemos que tener en cuenta el sistema institucional actual. No podemos hacer planteamientos parainstitucionales, de acuerdo. Pero es cosa sabida que, desde cualquier óptica, los retos sociales actuales son más complejos que nunca y las capacidades del sistema institucional para afrontar esos retos más limitadas que nunca. Para afrontar los principales retos de país habrá que activar todos los recursos comunitarios, y los procesos de retroalimentación entre las instituciones y la iniciativa de la sociedad organizada serán más necesarios que nunca. Es decir, de ahora en adelante herrigintza será más importante que nunca.

Por otra parte, hasta el momento se ha hecho mucho con un enfoque de resistencia, desde la necesidad de hacer frente a la asimilación. Ahora estamos en la fase de construir poder y estructuras de Estado. Necesitamos una herrigintza que tenga esa aspiración y esa ambición. Necesitamos una herrigintza combinada con la construcción estatal, para que ambas vayan de la mano.


8. Sortu dice que para hacer frente a la globalización neoliberal y la involución democrática es necesario un proyecto político, económico y cultural que tenga a Euskal Herria como eje. En ese sentido, se ha hablado de euskalerrigintza. ¿Cuáles deberían ser los ejes del proceso de democratización desde el enfoque de herrigintza?

Desde nuestro punto de vista, en Euskal Herria el proceso de democratización –o proceso de emancipación– tiene tres dimensiones: construcción estatal, construcción nacional y euskalgintza. Son tres dimensiones que se alimentan mutuamente pero que también es conveniente diferenciar. Joseba Sarrionandia también lo plantea así en el libro Lapur banten etika ala politika, que consideramos una lectura indispensable.

El proceso de democratización requiere construir un estado, y para ello hay que hacer construcción estatal. Jule Goikoetxea nos explica muy claramente cómo debemos entender la construcción estatal. Su libro Demokraziaren pribatizazioa también es una lectura imprescindible. Otra de las referencias de la teoría crítica del Estado es Bob Jessop, que este año nos ha visitado. Ahí hay base suficiente para entender la construcción estatal. El Estado no es una cosa. Es una relación y un conjunto de prácticas. La construcción estatal se hace todos los días mediante numerosas prácticas que con frecuencia no detectamos. A veces se dice: “Yo no sé si necesitamos un Estado”. Sin Estado no hay proceso de democratización, como bien explica Jule. Pero, además, ya tenemos Estados, el español y el francés. Por lo tanto, la cuestión no es Estado sí o Estado no, sino qué tipo de construcción estatal se hace, si la construcción estatal va o no acompañada por una agenda de democratización.

A la vez que hacemos un Estado tenemos que hacer también una nación, una nación bien imaginada, como dice Sarri. Eso es importante, pues de lo contrario es muy difícil construir un proyecto político sólido en una sociedad dividida por identidades nacionales que viven dándose la espalda. Además, en la sociedad vasca vivimos profundos cambios. Hay tres grandes variables que merecen ser subrayadas: 1/ Las tendencias sociales generadas por la globalización capitalista (individualismo, consumismo, hedonismo, globalización cultural). 2/ En el contexto del cambio de ciclo se percibe una difuminación del imaginario popular construido por el abertzalismo, especialmente en las generaciones más jóvenes. En las últimas décadas, ese imaginario popular ha sido el combustible de la construcción de país. 3/ La diversidad cultural: en los próximos años, mucha gente de diferentes culturas y procedencias vendrá a vivir y a trabajar en Euskal Herria, lo cual nos plantea el enorme reto de construir un modelo democrático e inclusivo para gestionar esa diversidad cultural.

Cualquier proyecto político que englobe a Euskal Herria (en su caso, la República Vasca) tiene que tener como pilar indispensable un fuerte sentimiento de pertenencia a la comunidad vasca, conformar una comunidad que además de adherirse al proyecto vasco en el plano racional (modelo de democracia, modelo de bienestar, etc.) se compacte también en el plano emocional y simbólico, un espacio de comunicación y solidaridad. Tenemos la responsabilidad de darle un sentido emancipador a ese segundo plano, y no es una responsabilidad cualquiera. En los próximos años podemos estar en condiciones de dar en Euskal Herria una respuesta progresista al neoliberalismo y a sus nefastas consecuencias sociales y económicas (así lo sugieren el movimiento de pensionistas, el feminismo, la respuesta articulada en torno al caso Altsasu, etc.), pero nadie puede asegurar que si dicha respuesta no se articula a tiempo ese espacio no será llenado por la xenofobia.

También tenemos que entender bien esto, la construcción nacional. La nación no es algo acabado. La nación se hace todos los días, está regenerándose continuamente. La cuestión es qué variables pondremos en ese ejercicio y qué articulaciones impulsaremos. Hay que renovar el imaginario vasco, y para ello es necesario un nuevo impulso. Desde la actividad cultural o kulturgintza podría hacerse una importante aportación en eso.

Y, por último, otra cosa es que tenemos una lengua minorizada que ha sido oprimida y negada durante mucho tiempo. Necesitamos un proceso para reeuskaldunizar Euskal Herria, un proceso que revierta la situación diglósica. Eso también es parte indispensable de la democratización. El euskara no es solamente una herramienta de comunicación, es una lengua minorizada en la era de la globalización cultural, un idioma al que se quiere condenar a desaparecer, con todo el significado político que eso tiene.

A eso le llamamos euskalerrigintza, al paradigma de herrigintza que necesitamos en esta fase política. ¿Cuál es el elemento común y central? Euskal Herria. Euskalerrigintza nos parece un término interesante, pues conecta con la tradición política y la hipótesis estratégica de la izquierda abertzale. El proceso de democratización que sitúa en el centro Euskal Herria, la escala vasca. ¿Qué es eso en esta fase política? Hacer construcción estatal, hacer construcción nacional y avanzar en el proceso de revitalización del euskara. Son tres dimensiones. Como hemos dicho, se alimentan mutuamente pero son procesos que tienen lógicas propias. Lo que necesitamos es una iniciativa política que alimente cada una de esas tres dimensiones.


9. En 2018 hemos visto grandes olas sociales. Se percibe una nueva energía creadora. Se ha hecho mucha deserrigintza, ¿pero puede ser este el nuevo impulso que se necesita? ¿Qué está pasando?

Se necesitarán análisis profundos. En nuestra opinión, podría decirse que, cuando menos, el nivel de movilización que hemos visto en este curso político es cuantitativamente inusual. Aquí la sociedad se está moviendo.

Otra cosa es qué es lo que hay en la base de todo ese movimiento. Quizás es demasiado pronto para extraer conclusiones muy rotundas, pero es posible que estemos ante una reacción en consonancia con este tiempo histórico. En Europa estamos viendo dos tipos de respuesta ante la crisis sistémica del capitalismo. Por una parte, el auge de una derecha xenófoba y populista cada vez más cercana al fascismo, cuyo reflejo es la proliferación de gobiernos autoritarios y tecnocráticos.

Por otra parte, una respuesta populista de corte progresista: 15-M, Nui Debout, los procesos independentistas de Escocia, Catalunya o Korsika con sus características propias –siendo naciones sin Estado, el proceso de democratización va unido a la reivindicación del Estado–, el fenómeno Jeremy Corbyn, etc. Diría que a la gente se le han derrumbado determinadas expectativas, que la promesa liberal se ha venido abajo (“si trabajas tendrás una pensión, si estudias tendrás un trabajo estable para toda la vida, conocerás la igualdad de oportunidades en lo relativo al eje sexo/género”, etc.). Muchos sectores sociales están viendo que esas promesas han caído y que es posible que no vuelvan nunca, lo cual genera indignación. Por otro lado, también puede apreciarse una respuesta solidaria ante el autoritarismo o el uso arbitrario del poder, muy clara en el caso Altsasu.

 

10. ¿Es posible vincular todo eso con el proceso soberanista?

Esa es la clave. Todo ese magma puede tomar un camino u otro. El soberanismo tiene la oportunidad de hacer una oferta política si acierta a hacer una lectura correcta de la situación. Es muy importante hacer un diagnóstico riguroso. No estamos en un momento preinsurreccional, la gente no está dispuesta a cualquier cosa para conseguir la independencia o lo que sea. Existe un deseo de cambio, pero también la conciencia de que vivimos mejor que en otros muchos sitios, y miedo a perder lo que tenemos. Se necesita una oferta que dé certezas, el independentismo tiene que dar respuestas sólidas e inspirar confianza, para así atraer a la gente al relato soberanista; y tendrá que hacer propuestas tácticas para una dialéctica fructífera –como ha hecho siempre–, para la articulación de esas identidades colectivas que ebullen en la sociedad. En el acuerdo alcanzado en la Ponencia de Autogobierno de la CAV pueden estar los contenidos políticos para una alternativa democrática del siglo XXI.

El pensamiento mágico es peligroso. Hay quienes se imaginan la articulación del sujeto independentista como un salto cuántico: lo único que hace falta para que el independentismo sea hegemónico es confrontación y voluntad. Por desgracia, las cosas son bastante más complejas. En Abian se habló de decantación, lo cual significa articulación, y la articulación exige una práctica política dialéctica. Y, sobre todo, mucho pragmatismo transformador y poco idealismo, como ha dicho Edu Apodaka.

Todo ese magma social, además de abrirnos oportunidades, deposita sobre nuestras espaldas una gran responsabilidad, ya que, como hemos dicho antes, si el soberanismo no da respuestas será otro el que las dé. A día de hoy es impensable que en Euskal Herria puedan imponerse planteamientos xenófobos como los de Maroto o el Frente Nacional, pero de aquí a diez años quién sabe.


11. “Es indispensable superar la fragmentación de luchas y sujetos y acometer todas las batallas desde proyectos integrales”. Eso dice el documento Hamaika Begiraden Gogoeta. ¿Cuál debería ser el mínimo común denominador? ¿Cómo hacer frente a la tendencia a la fragmentación tan habitual en la izquierda? 

El neoliberalismo intenta dividir al sujeto emancipador. Nuestro reto es crear articulaciones entre las diferentes identidades colectivas. Hay que poner mucha fuerza en eso, y por nuestra parte tenemos el convencimiento de que esas articulaciones tienen que construirse en la escala vasca o, mejor dicho, que la escala vasca multiplica las posibilidades para la articulación. Euskalerrigintza es la vía para el proceso de emancipación.

Desde el feminismo se ha propuesto para la articulación la teoría de la interseccionalidad. Y nos parece una teoría muy válida para identificar relaciones de poder, empoderar sujetos y tejer alianzas. Nos sirve para analizar de dónde partimos tanto a nivel individual como colectivo y dónde estamos en cada momento en lo relativo a las relaciones de poder. Como siempre, la cuestión radica en la utilidad política que se le da a la teoría, y con eso también puede haber peligros. Puede haber un planteamiento que diga que la práctica política debe hacerse únicamente en el punto en el que se cruzan las subalternidades, en ese lugar privilegiado en el que identificaremos las relaciones de poder, les pondremos nombre y llevaremos a cabo procesos de deconstrucción. Así entendida, no hay práctica política transformadora.

Por poner un ejemplo, si compro GARA estoy reproduciendo relaciones de poder subordinantes, en la medida en que el castellano es la lengua hegemónica. Siguiendo esa misma lógica, podríamos decir que no queremos ninguna construcción estatal que se haga en español. Y, evidentemente, tampoco ningún feminismo español. Pero, seguramente, en Bilbo el 8 de marzo del año que viene será muy español, muy hispanocentrista. Porque una cosa es el movimiento feminista que organizará la movilización, y otra cosa bien distinta quién le pondrá el marco político-mediático general. Seguramente, y por desgracia, La Sexta y Podemos le pondrán más que Bilgune Feminista. Por lo tanto, ¿tenemos que acudir o no? Lo que queremos decir es que, evidentemente, tenemos que identificar las relaciones de subordinación y ponerles nombre, pero que en la práctica política no podemos caer en el purismo, pues con ello estaríamos autolimitando el potencial para la transformación.

De lo contrario, acabaríamos haciendo meras políticas identitarias, poniendo la atención en la diferencia en lugar de ir tejiendo narrativas compartidas que posibiliten la articulación entre sujetos y hagan posible la transformación. Es decir, estaríamos profundizando en la fragmentación de sujetos que tanto ansía el neoliberalismo. En ese sentido, existen críticas al discurso del multiculturalismo, a la celebración de la diversidad, etc. Por ejemplo, con motivo del 8 de marzo Nancy Fraser, Angela Davis y otras intelectuales feministas reivindicaron un feminismo para el 99%.


12. En el curso de la UEU “Herrigintza aro berri baterako begiradak” Mario Zubiaga mencionó la lógica de la identidad, la lógica del poder y la lógica de la incidencia…

Sí, y eso nos ayuda a adoptar una visión integral de la praxis política. Tres lógicas, las tres necesarias. La primera es la lógica de la identidad, según la cual yo tengo una identidad, actúo con autonomía, interpelo al resto y genero conflicto. Es un conflicto limitado, dado que yo soy marginal en lo relativo a las relaciones de poder generales pero explicito el conflicto. El conflicto es necesario para la democratización.

La segunda es la lógica del poder, en la cual intento articular diferentes demandas. El conflicto se autolimita, dado que en ese intento de articulación no puedo radicalizar tanto como quisiera algunas demandas. Lo que busco es una gran articulación, un amplio consenso que sea capaz de disputar el poder. Y, por último, la lógica de la incidencia: yo intento hacer desde mi ámbito y seducir a otros agentes para acepten lo mío.

Las tres lógicas son necesarias. No son estancas, se entremezclan con frecuencia y surgen tensiones entre ellas. El problema es situarse únicamente en la lógica de la identidad y rechazar la integralidad de la praxis política. En este momento, ELA es el principal exponente de ello, al menos en su discurso público. Cosa distinta es hasta qué punto es coherente el discurso que construye en esa lógica con su práctica sindical, estructura de afiliación, etc. A la inversa, hay otra gente que funciona en las lógicas de la identidad pero que es consciente de que desempeña una función concreta dentro de un sistema y de que se necesitan agentes que desempeñen otras funciones, pues tiene claro que la praxis política necesita diferentes lógicas.


13. Al contrario que en Catalunya, en la cultura política de la izquierda abertzale no se ha producido una conexión entre herrigintza y economía. Al menos en cierta medida, incluso ha estado mal visto unir herrigintza y economía.

Eso se mencionó en el curso de la UEU. Sí y no, diríamos. Por un lado, al contrario que en Catalunya, aquí ha habido un sindicalismo abertzale fuerte que en gran medida ha sido un sindicalismo de contrapoder pero que también ha hecho reflexiones en claves de construcción, que ha puesto sobre la mesa proyectos como Gaindegia, etc.

Por otro lado, también tenemos la experiencia cooperativa de Arrasate. Mucha gente ha entendido que en el paradigma de las cooperativas había un importante espacio para la construcción de país, y ha hecho su aportación militante en las cooperativas. Diríamos que en la experiencia de Arrasate ese sentido de herrigintza que hemos mencionado antes también se ha plasmado en la creación de trabajo digno, en la democratización de las empresas, etc. Otra cosa es mantener una postura crítica con respecto a la evolución del Grupo Mondragón. Pero resulta muy llamativo observar cómo valoran la experiencia de Arrasate –teniendo en cuenta sus virtudes y defectos– autores como Erik Olin Wright –toda una referencia en el marxismo analítico– o el propio Raul Zelik –en su libro La izquierda abertzale acertó, por ejemplo– y qué pereza intelectual se percibe en Euskal Herria, en determinados sectores de la izquierda, para hacer un análisis crítico de esa experiencia. En cualquier caso, el peso específico de la economía social en la economía vasca es algo excepcional a nivel mundial, lo cual, sin ninguna duda, tiene mucho que ver con el instinto de autoorganización que ha habido en Euskal Herria.

No obstante, es cierto que, en el imaginario colectivo de la izquierda abertzale, lo que nos viene a la cabeza al hablar herrigintza es el euskara, la educación, los medios de comunicación, la actividad cultural, las ikastolas… Se habla de la actividad cultural en euskara –demasiado poco, apostillará mucha gente–, pero apenas se habla de la industria que necesita. Sin ninguna duda, estamos de acuerdo con la necesidad de incluir en herrigintza la variable económica, en absolutamente todos los ámbitos. En el curso de la UEU “Herrigintza aro berri baterako begiradak” hablamos un poco sobre eso. Aquí tenemos un sindicalismo abertzale fuerte, un movimiento cooperativo con una trayectoria de décadas y memoria cooperativista, y ahora, además, estamos viendo numerosas experiencias que tienen como objetivo la soberanía del trabajo. En las generaciones jóvenes se observa una aspiración, un deseo por adueñarse del trabajo, por tener soberanía también en el ámbito del trabajo. En el terreno de la Economía Social Transformadora hay prácticas que están trabajando eso (Koopfabrika, por ejemplo).

Viene una realidad nueva: precarización de las condiciones laborales, pérdida de poder sindical como consecuencia de las reformas laborales y la desregularización y también como consecuencia de la crisis de las estructuras de mediación. Por otro lado, se percibe un deseo por profundizar en la medida de lo posible en la soberanía del trabajo. Eso interpela tanto al sindicalismo como al movimiento cooperativo tradicional. ¿Qué impulso le daremos a eso desde uno y otro? Hay que analizarlo.

El antagonismo trabajo-capital se puede reconceptualizar, y llevar esa lucha a los centros de trabajo allí donde sea posible. La democratización del trabajo se puede abordar de una manera más integral: empezar a pensar en torno a la democratización de las empresas, en torno a la participación de las y los trabajadores –participación no solamente en la gestión o en los beneficios, sino también en el capital–, y abrir una vía de confrontación para ello. Ahí hay todo un espacio de lucha que se puede vincular con un Modelo Vasco de Desarrollo que plantee cómo y para qué generar riqueza.

¿Qué tenemos a nuestro favor en todo ello? Que en Euskal Herria hemos desarrollado el paradigma cooperativo, con todas sus contradicciones; que la economía social tiene un gran peso específico en la economía vasca. Tenemos una experiencia y podemos aprender de ella: disfunciones que pueden surgir en su desarrollo, posibles riesgos, etc. Eso nos favorece. Por otro lado, tenemos un sindicalismo fuerte que puede jugar el papel de contrapoder, y complementarlo con una iniciativa sindical de otro tipo. Y a partir de ahí podríamos empezar a hablar no solamente sobre cómo distribuir la riqueza, sino también sobre el modelo de producción. Empezando a pensar un proyecto de Estado, ¿cómo se generará la riqueza? ¿Qué se generará? Tenemos que empezar a buscar respuestas para esas preguntas.

Siempre hay riesgos. Uno de ellos podría ser que la economía social acabe en planteamientos endógeno-corporativos, por ejemplo. Por lo tanto, el Estado debe desempeñar una clara función reguladora y redistribuidora en la economía. Pero tenemos base suficiente para empezar a pensar con esa ambición en alternativas socioeconómicas, con la ambición de transformar las relaciones sociales y de producción.


14. Este curso viene lleno de iniciativas significativas. El Congreso del centenario de Eusko Ikaskuntza puede ser un punto de inflexión. ¿Qué condiciones puede crear?

Puede convertirse en un hito para un nuevo tiempo de euskalerrigintza. Con la mirada puesta en la construcción de Euskal Herria, se está elaborando un diagnóstico compartido y líneas de trabajo para avanzar en esa dirección. Se está hablando de escribir un libro blanco, y eso demuestra ambición, aunque se está limitando en gran medida al ámbito académico. Hacer de manera compartida un diagnóstico de ese tipo con una visión nacional de Euskal Herria y una identificación de las principales líneas de trabajo para la construcción de Euskal Herria es un paso adelante cualitativo. Y, por las posibilidades que puede abrir de cara al futuro, nos parece interesante que ese ejercicio se ubique en una institución como Eusko Ikaskuntza.

Hoy en día, las condiciones para profundizar en dinámicas de colaboración entre los territorios vascos son mejores que nunca: la Mancomunidad Única está en marcha, en Nafarroa se han hecho grandes avances en la destitución del régimen. Hoy en día hay condiciones para profundizar en dinámicas autocentradas que tomen como referencia Euskal Herria en su totalidad, y hay que aprovecharlas en los próximos años. Eso necesita un norte acordado, una agenda, lo cual puede venir de la mano del libro blanco de Eusko Ikaskuntza.


15. Parece que en euskalgintza también viene una nueva ola. ¿Qué puede dar Euskaraldia?

Ahí parece que viene una ola, se ve que tiene fuerza a nivel local. Nos parece que Euskaraldia llega en un momento especial del proceso de euskaldunización, cuando toda una fase de euskaldunización se ha agotado. Los recursos que se implementaron hace 40 años para la revitalización del euskara –modelo D, televisión pública en euskara, políticas lingüísticas oficiales, etc. – ya no dan para más. Los datos están sobre la mesa: el conocimiento del euskara no garantiza su utilización, y la tendencia ascendente que hasta ahora había experimentado el uso del euskara se ha interrumpido. Ahora puede haber dos enfoques. Uno: esto es lo que podía dar de sí la revitalización del idioma, y vivamos con ello mostrando un apego al euskara lo más simpático posible. Dos: el futuro del euskara no está garantizado. Es mucho lo que se hecho en el terreno de la revitalización del euskara, y ahora nos corresponde abrir una segunda fase de euskaldunización.

Por nuestra parte, nos situamos sin ninguna duda en el segundo, y creemos que una segunda fase de euskaldunización requiere un recorrido estratégico renovado; y para ello es necesario readecuar los recursos, las herramientas y las estructuras. En primer lugar, necesitamos un debate de país para determinar dónde debería/podría ponerse el listón de la segunda fase de euskaldunización. ¿Hasta dónde tenemos que llevar la normalización sociolingüística? ¿Hasta dónde el conocimiento del euskara? ¿Hasta dónde su uso? Y, a renglón seguido, ¿qué instrumentos necesitamos para ello? Algunas cosas son evidentes. Por ejemplo, que los modelos lingüísticos no dan para más y, además, están siendo fuente de segregación. Hay que empezar a hablar del modelo de inmersión. Pensamos que, por ejemplo, casi nadie pone en duda que es necesario refundar ETB de arriba abajo. Y, así, habría que hacer una revisión estructural de todos los apartados de euskalgintza.

Nos parece que de cara a una posible nueva fase de euskaldunización hay dos claves que merecen ser subrayadas. Por una parte, la nueva fase de euskaldunización exige soberanía, ya que la involución democrática de España es un obstáculo evidente para la revitalización del euskara, y lo seguirá siendo. Necesitaremos un estatus de soberanía para poder organizar los recursos que la nueva fase de euskaldunización requiere. El futuro del euskara y la soberanía política son dos elementos que aparecen más unidos que nunca.

Por otra parte, al igual que ha sucedido en la primera fase, la activación social será clave en la segunda fase de euskaldunización. Vemos el futuro del euskara más ligado que nunca a un nuevo deseo popular y, sin ninguna duda, el impulso de la comunidad de hablantes empoderada será determinante en ello. Y creemos que Euskaraldia puede hacer una importante aportación en esa dirección, en la medida en que puede servir para empoderar a la comunidad euskaldun y para darnos cuenta de que tenemos derechos lingüísticos y de que esos derechos son vulnerados todos los días.


16. ¿Y qué decís sobre el ámbito educativo?

El sistema educativo vasco –el que hay, el que se ha desarrollado hasta ahora– ha fracasado. Ante los retos del siglo XXI tenemos un modelo educativo del siglo XX. Tenemos tres sistemas educativos –los españoles y el francés– y, aunque aquí es imposible profundizar en todo, algunas evidencias del fracaso son muy notorias.

Por un lado, el sistema educativo no ha euskaldunizado en la medida en que se esperaba; el agotamiento de los modelos lingüísticos es incuestionable. Todavía hoy, por ejemplo, las y los ciudadanos de Ipar Euskal Herria tienen que encadenarse ante el rectorado de Burdeos para exigir que los exámenes del Brevet se corrijan en euskara.

Pero, además de ello, los que tenemos son sistemas educativos totalmente caducos, similares a los modelos más arcaicos: centralistas; anclados en viejos modelos pedagógicos; que utilizan al profesorado a modo de marionetas, llevándole hoy a un sitio y mañana a otro –limitando completamente su aportación potencial–; que posibilitan la separación entre sexos; que profundizan en la segregación por motivos de religión, procedencia, clase, etc. Y, por si fuera poco, los resultados que ofrecen en los objetivos que se han diseñado son cada vez peores (véanse si no los resultados del último informe PISA).

Necesitamos urgentemente un diagnóstico detallado. El nuestro es un pueblo cada vez más diverso y complejo y, fijándonos en el fenómeno de la globalización, esa realidad se agudizará de aquí a unos años. Si queremos ser un pueblo cohesionado y progresista necesitamos un sistema educativo que ayude a ello. Finlandia y/o Estonia, por ejemplo, nos muestran modelos interesantes: centros de enseñanza insertados en la comunidad, modelos pedagógicos progresistas, que no excluyen a nadie, cimentados sobre la filosofía de la educación popular, etc. Proyectos educativos sólidos se mire por donde se mire. Hik Hasi nos ha presentado en este curso escolar una propuesta que recoge lo mejor de esos modelos. Ahora nos corresponde profundizar en ello inventando nuestro propio modelo.

Pero para ello es imprescindible admitir que tenemos que partir de lo que tenemos actualmente. Durante años, aquí se ha desarrollado un sistema público regido por la administración, y debemos reconocerlo en su justa medida. También hay ikastolas creadas a partir de un impulso popular, y también tenemos mucho que reconocerles. Pero habiendo llegado aquí, ¿tenemos ambición de país para llegar a otros y mayores objetivos? Si es así, eso tendrá que venir de la colaboración y la confluencia. Tenemos que hacer el camino para construir un sistema educativo que esté al nivel que necesita este pueblo, y en ese camino nos corresponde dar pasos valientes para hacer frente a los retos urgentes que tenemos hoy en día (situaciones de segregación graves, por ejemplo). Se necesita un compromiso histórico renovado. Tanto por parte de las ikastolas como por parte de la administración; y, sobre todo, por parte de quienes creemos en ello.


17. Este curso hay elecciones municipales. ¿Qué aportación hace el municipalismo en herrigintza? ¿Conviene renovar enfoques también en ese ámbito? Txomin Poveda decía en Plaza Hutsa que, en Ipar Euskal Herria, el trabajo institucional impulsado desde la iniciativa popular ha sido una fórmula exitosa. 

En Ipar Euskal Herria han sabido integrar herrigintza y construcción estatal de una manera ejemplar. También habrá que analizar las tensiones que han surgido, pero no cabe ninguna duda de que ha sido un modelo muy fructífero. En Plaza Hutsa Txomin Poveda habla de la conjunción entre las instituciones locales –ayuntamientos– y la autoorganización comunitaria, ofreciendo una visión muy interesante. Ipar Euskal Herria está siendo un modelo a muchos niveles. Está demostrando que la dinámica política vasca autocentrada tiene un gran potencial en la transformación social.

Cuando se habla de herrigintza, lo que le viene a la cabeza a mucha gente son los movimientos populares clásicos, y/o proyectos basados en la autoorganización pura, totalmente aparte de las instituciones, y es a eso precisamente a lo que se le da valor, a estar desconectado del sistema institucional. Nos parece que esa limitada visión del contrapoder es muy pobre y que Ipar Euskal Herria nos muestra otro camino, como bien explica Txomin Poveda.

Vienen elecciones municipales, sí, este curso político en Hegoalde y el próximo en Iparralde. Es un momento idóneo para reconocer a udalgintza el valor político que se le debe y dar nuevos pasos en la elaboración de un modelo renovado de udalgintza. Nos ratificamos en lo que dijimos con motivo del taller de herrigintza de febrero: no somos conscientes del potencial que tiene udalgintza para la transformación social. En Durango expusimos algunas experiencias, pero no son más que una pequeña muestra: las viviendas comunitarias para la juventud en Orereta, el proceso comunitario para diseñar una estrategia de desarrollo en Bakio, lo que se está haciendo en Gares en el camino de la soberanía energética… Podríamos mencionar decenas de procesos transformadores: la estrategia de desarrollo local de Urduña, dando importancia a la agroecología; la estrategia de desarrollo de Baztan; la mesa cultural de Azpeitia y el proyecto San Agustin; la experiencia de Oñati; y, cómo no, el trabajo realizado en el Ayuntamiento de Iruñea durante estos cuatro años. ¿Se conocen? ¿Se ha escrito sobre ellos? ¿Cuántas experiencias transformadoras de ese tipo se han desarrollado en Euskal Herria en los últimos ocho años? Transition towns, Feraless cities y/o el municipalismo de la CUP son experiencias más conocidas que el trabajo que estamos haciendo en nuestros ayuntamientos, que en algunos casos no tiene parangón.

Tenemos que darnos cuenta de que Euskal Herria puede ser un espacio de experimentación pionero en Europa en lo relativo a proyectos transformadores comunitarios (lo que algunos sectores denominan innovación social y otros sostenibilidad local, mientras que en Ipar Euskal Herria se habla de dinámicas de construcción alternativas). El poder institucional local y las condiciones para construir sinergias entre agentes comunitarios que podemos tener aquí son enormes. Ahí nos falta dar un paso adelante. De hecho, el ámbito local es estratégico en la transformación social. Como hemos dicho antes, hoy en día los retos sociales son más complejos que nunca y cualquier proceso transformador requiere la activación de muchos agentes comunitarios, intervenciones comunitarias profundas, proyectos desde abajo hacia arriba. Necesitamos una nueva conceptualización del comunitarismo –de la intervención transformadora que se hace en la comunidad–, tenemos que entender bien esa forma de intervención y definir correctamente las funciones de los diferentes agentes.

El municipalismo comunitario es clave en eso, pero hay que definir bien en qué puede ofrecer su valor añadido: todo no se puede abordar desde el ámbito local, pero es estratégico para trabajar determinadas áreas. ¿Cuáles son esas áreas? EH Bildu debería renovar su modelo de udalgintza: poner en valor lo que se hace, construir un discurso sólido, definir las líneas estratégicas de udalgintza y convertirla en uno de los grandes pilares de su trabajo institucional. Tenemos que prestigiar udalgintza, sin copiar modelos de fuera, mirando hacia casa; en Euskal Herria tenemos una fuerte tradición municipalista. Udalbiltza y la experiencia de HB son ejemplos de ello.


18. Se ha hablado de una nueva cultura política. En Zohardia se habla de un esquema de trabajo basado en el liderazgo democrático, abandonando el esquema vanguardista. ¿Cuál tiene que ser el modelo de intervención de Sortu en herrigintza?

Situamos herrigintza en el paradigma de euskalerrigintza. Hay gente que hace otro tipo de herrigintza, que no tiene nada que ver con impulsar el proyecto del estado vasco y es totalmente respetable. La herrigintza que debe impulsar la izquierda abertzale en esta fase se sitúa en euskalerrigintza: construir un estado, hacer una nación y recuperar el euskara. En este primer ciclo que hemos realizado con Plaza Hutsa –once miradas para un nuevo tiempo de herrigintza, entrevistas, curso de verano– hemos intentando situar ese marco general.

¿Cuál es nuestra aportación en herrigintza? Para ello hay que analizar cuál puede ser nuestro valor añadido. Por un lado, somos un agente comprometido con el proyecto de una Euskal Herria soberana, implantado en toda Euskal Herria y que puede tener una visión amplia de la intervención política. Por otro lado, en herrigintza representamos una comunidad que se ha autoorganizado, la comunidad sociopolítica que es la izquierda abertzale, dueña de una tradición de herrigintza, que tiene sentido de herrigintza, que trabaja en muy diversas prácticas de herrigintza. La mayor aportación que podemos hacer a herrigintza es organizar en red toda esa comunidad, empoderarla, adiestrarla y orientarla estratégicamente. Los procesos comunitarios transformadores –tanto a nivel local como comarcal y nacional– necesitan activistas (si se prefiere, personas promotoras, integradoras y/o dinamizadoras). El corpus militante de la izquierda abertzale debería ser sobre todo un activista comunitario, y Sortu una fábrica de personas activistas comunitarias.


19. El pasado curso político se puso en marcha la iniciativa Plaza Hutsa, para compartir reflexiones sobre la situación de herrigintza e impulsar nuevas redes. ¿Qué ha dado? ¿Qué puede dar?

En Zohardia decíamos que la cuestión no es meter a toda la comunidad en la organización, formando una red, sino buscar la manera de articular la comunidad que conforma la izquierda abertzale. Sortu es el instrumento para organizar en red toda esa comunidad, y para ello debe articular espacios horizontales. Lo que hemos percibido es que la comunidad de gentes abertzales y de izquierdas que trabajan en herrigintza es muy extensa y amplia, y que demanda espacios horizontales. Para la reflexión, para compartir experiencias, para conocerse, para recibir nuevos instrumentos, etc.

Esa es la idea de Plaza Hutsa: quiere ser un lugar de encuentro del independentismo de izquierdas para reflexionar sobre herrigintza y adiestrarse en ella. Tendrá un espacio digital y un espacio físico. En este primer ciclo hemos establecido un marco general, y ahora, en el taller de noviembre, vamos a poner en marcha un nuevo ciclo. Queremos institucionalizar este taller que hemos denominado Plaza Hutsa, haciéndolo todos los años en otoño. Nos servirá principalmente para identificar los retos del próximo año.

Este curso político profundizaremos, entre otras cuestiones, en euskalgintza, educación, regeneración del imaginario vasco y formas de intervención comunitarias, e intentaremos hacer aportaciones cualitativas.

Tenemos que ser capaces de alimentar los procesos que son centrales en la construcción de Euskal Herria, y no solamente para desarrollar una dinámica complementaria.
Aquí se necesita un nuevo impulso popular, y para ello es preciso activar todos los instrumentos de que disponemos: de herrigintza, institucionales, políticos, culturales, etc. En una dirección y con una narrativa compartida.
Nuestro reto es crear articulaciones entre las diferentes demandas sociales. Hay que poner mucha fuerza en eso, y tenemos el convencimiento de que esas articulaciones tienen que construirse en la escala vasca.